--¿Cómo se
imagina a usted
misma el día
después de su
muerte?
--Totalmente
liberada de este
magnífico
cuerpo físico
que todos
tenemos y en un
estado sin
limitaciones,
sin miedos, sin
dudas. Nuestra
existencia
física nos
encadena a los
miedos y a la
vulnerabilidad.
Al morir, seré
un ser
invulnerable.
--¿Un ser? No
tendrá
conciencia de
ello. No tendrá
conciencia.
--Al contrario,
la conciencia no
se va, aumenta.
Nuestro cuerpo
nos está
impidiendo que
nuestra
conciencia
llegue hasta
donde tiene que
llegar. En estos
momentos nuestra
conciencia está
por todo el
universo, pero
está como atada
al cuerpo.
Excepto, por
ejemplo, cuando
soñamos, porque
entonces
alcanzamos
nuestras
ilimitaciones.
--¿A usted le
sucede a menudo?
--A las tres o a
las cuatro de la
madrugada. Me
despierto y veo
cosas que no
había visto
antes y que
utilizo en mis
libros y
charlas. También
me pasa en la
ducha.
--Claro, es
doctora en
metafísica.
--Le pasa a todo
el mundo, aunque
no sea
consciente de
ello.
--¿Qué es la
metafísica?
--La ciencia de
lo invisible.
Todo lo que
realmente es,
está más allá de
lo visible.
--No lo
entiendo.
--Todo lo que es
auténtico o
esencial no
tiene nada que
ver con lo que
podemos ver y
tocar.
--¿Con qué
tiene que ver?
--Con esa parte
nuestra que
ahora se está
expresando a
través del
cuerpo físico,
pero que muchas
veces no
necesita al
cuerpo para
realizarse; esos
mundos
interiores, esas
profundidades
que cuando
intentamos
explicar,
exteriorizar, se
nos van.
--Algunos a
eso lo llaman
alma.
--O cuerpo
esencial. Tiene
tres
expresiones:
amor, sabiduría
y voluntad.
--¿Usted cree
en Dios?
--Sí, pero no en
una figura
concreta, sino
en una fuerza
creadora.
--¿Cómo se la
imagina?
--Está en todo.
Es lo que da
chispa a las
cosas, a todo.
--Usted
acompaña en los
procesos de
duelo. Parece
una vida triste.
--Yo no siento
la tristeza. He
pasado mis
duelos y
pérdidas, y cada
vez que pensaba
que no
sobreviviría a
una muerte
cercana, he
sobrevivido y he
salido más
reforzada, más
persona, con más
recursos. Cuando
me llega una
persona con
mucho dolor, voy
más allá y veo
todo lo que va a
llegar a ser
cuando supere
ese abatimiento.
Si yo no
intuyese su
futuro, no
podría ayudarla,
porque me
contagiaría la
tragedia de su
pérdida.
--Nos cuesta
aceptar la
muerte.
--Cuando es lo
único que
tenemos seguro.
Además, es la
gran conocida.
Hemos llegado
aquí hoy con
incontables
muertes a
nuestras
espaldas. Para
crecer, lo que
ya no sirve
tiene que morir
para dar lugar
al cambio.
--¿Por qué
cuesta tanto
dejar ir?
--Cuesta soltar
la materialidad.
Nos
identificamos
con lo material
y creemos que
somos más si
tenemos más
cosas. Pero si
empezamos a
vivir lo que no
es perecedero,
los
sentimientos,
motivaciones e
inspiraciones,
llegará un
momento en que
podremos soltar
nuestro cuerpo
físico porque ya
no formará parte
de nuestra
importancia como
ser.
--Tenemos
motivaciones
porque tenemos
un cerebro,
cuerpo físico.
--El cerebro no
es la base de la
conciencia. No
necesariamente
se tiene que
vivir a través
del cuerpo. La
gran frustración
es reducir todo
lo que somos y
sentimos y
pensamos a este
cuerpo. Estamos
aquí para
cambiar.
--¿Y después?
--Una vez
conectamos con
la parte
inmortal de
nosotros, la
parte que no se
muere, empezamos
a vivir de forma
distinta.
Empezamos a no
dar importancia
a las cosas
perecederas, a
comunicarnos y a
conectar con los
demás de otra
manera, creando
espacios
permanentes y
eternos.
--¿Eternos?
--Llega un
momento en que
da igual que el
otro esté en
Hong Kong, por
ejemplo. Esa
persona está
conmigo
igualmente y yo
estoy con esa
persona. Igual
que está en Hong
Kong, podría no
estar. En cierto
modo, la muerte
es una
liberación.
Cuando un ser
querido nuestro
muere, nos está
liberando,
porque ya
sabemos que esa
persona siempre
va a estar con
nosotros y no
habrá pérdida.
--A veces,
los muertos
están más
presentes en
nosotros que
cuando estaban
vivos.
--Sí. El padre
de un amigo era
cocinero. Murió.
Mi amigo está
más ahora con su
padre que cuando
estaba vivo. Lo
siente con él
cuando cocina.
--¿Tiene eso
alguna
explicación
metafísica?
--La física
cuántica
demuestra que,
energéticamente,
una implicación
con alguien,
especialmente si
hay amor, hace
que las energías
se intercambien.
Esas energías
están con esa
persona ya en
vida y, cuando
muere, su
energía sigue en
nosotros.
Thomas
Kirkwood
Investigador
del
envejecimiento;
dirige
el Newcastle
Ageing
Institute
"Cada
día
nuestra
esperanza
de vida aumenta
cinco
horas"
Tengo... ¡soy
más feliz ahora
que hace 20
años! Cuanto más
mayor, más
control tengo
sobre mi propia
vida. No está
escrito en
ningún gen
cuánto
viviremos:
podemos frenar
el proceso de
envejecimiento.
Más que fe,
tengo
curiosidad.
Colaboro con la
Obra Social de
La Caixa
Lo más
sorprendente
que le puede
ocurrir a
una persona
es la vejez:
de cada cual
depende que
la sorpresa
sea
agradable.
Kirkwood
aconseja que
olvidemos la
funesta
obsesión por
la cifra de
los años. Si
algo he
aprendido de
La Contra es
a desconfiar
de las
fechas de
nacimiento
para saludar
agradecido
las
vivencias de
quienes
ignoran su
edad y la
ajena y
viven cada
momento como
si fuera el
último y el
primero al
mismo
tiempo.
Kirkwood ha
dado
consistencia
científica a
quienes
viven así al
demostrar
que - ¡atrás
deterministas
gafes y
cenizos!- ni
la calidad
ni la
duración de
nuestra vida
está escrita
en los
genes, sino
que la vamos
decidiendo
cada uno
minuto a
minuto: como
ahora mismo.
Durante dos mil años - desde la Roma
clásica- la
esperanza de
vida de las
personas fue
siempre la misma
hasta hace dos
siglos, en que
empezamos a
hacerla crecer
dos años y medio
por década.
Impresionante.
¡Es la mayor
revolución y la
que más
directamente
afecta a nuestra
existencia! Cada
día que pasa,
nuestra
esperanza de
vida aumenta
cinco horas y
media, lo que
significa que
nuestras
jornadas tienen
-
demográficamente
hablando-
veintinueve
horas.
Supongo que
tenemos un
límite.
Mi investigación
sobre el soma
desechable
contradice lo
que se sostenía
hasta ahora: no
tenemos ningún
reloj biológico
que limite
nuestra
esperanza de
vida, ni existe
ningún programa
de
autodestrucción
ni de vejez en
nuestros genes.
Se hablaba
del gen del
envejecimiento.El
Proyecto Genoma
Humano muestra
no que exista un
gen del
envejecimiento,
sino que muchos
genes tienen un
papel en el
proceso: unos
retrasándolo y
otros
acelerándolo.
Sólo tenemos un
programa
genético y es
para sobrevivir,
pero envejecemos
porque esa
programación no
es perfecta y se
producen daños
en el organismo,
que podemos
frenar, en
parte, con
nuestras
acciones.
¿Cómo
envejecemos?
A lo largo de
nuestra
existencia vamos
acumulando una
gran variedad de
pequeños fallos
en nuestro ADN,
en las proteínas
de nuestras
células. Estos
pequeños daños
se van
acumulando y ese
deterioro acaba
provocando las
enfermedades de
la vejez, y con
ellas llega la
muerte.
¿Podemos
detener este
proceso?
Podemos moderar
su progresión
con hábitos
saludables.
Déjeme
adivinar:
ejercicio,
nutrición...
Ejercicio,
ejercicio,
ejercicio,
incluso en la
silla de ruedas;
nutrición, de la
que tan poco
sabemos, y
actitud:
entusiasmo para
socializar,
tener ilusiones
y mantener la
libertad.
¿En qué
sentido?
Hemos demostrado
que la autonomía
para decidir por
ti mismo y
fijarte metas
alarga la vida
y, al contrario,
la sumisión, la
obediencia ciega
y la falta de
libertad
personal acortan
tus días: viven
más los más
libres.
Haber elegido
padres longevos
cuenta. No
tanto como se
creía. Hemos
demostrado que
la genética sólo
decide un 25 por
ciento de tu
longevidad; el
resto depende
del modo en que
decidas vivir.
Sea más
específico.
El victimismo,
el fatalismo, el
sentido de
dependencia
externa, la
resignación ante
lo que se cree
inevitable y, en
general, la
aceptación
pasiva ante lo
que acontece son
las actitudes
ideales para
vivir poco y
mal.
Se creía que
los genes
decidían todo.
Hasta hace dos
siglos se
aceptaba la
muerte como
natural a
cualquier edad -
fíjese en el
arte y la
literatura-,
luego logramos
aumentar la
esperanza de
vida acortando
la mortalidad
infantil, y en
los años 40...
¡descubrimos los
antibióticos! En
los 50 se
aplican; en los
60 se
generalizan y en
los 70 los
demógrafos de la
ONU concluyen
que la humanidad
ya no podría
envejecer más:
habíamos tocado
techo alrededor
de los 70.
Pues se
quedaron cortos.
La humanidad ha
ignorado a los
demógrafos y ha
seguido
envejeciendo,
por eso pido a
todos ahora un
cambio de
actitud.
¿En qué
sentido?
¡Dejemos de ser
clasistas con
las edades!
Dejemos de
segregar a las
personas por su
edad! Basta de
obsesionarse con
la dichosa cifra
de los años.
Sepa que - para
la ciencia- su
edad es
flexible, no una
maldición
inexorable.
Usted decide su
edad biológica.
La juventud
está
sobrevalorada.
Es un error que
iremos
corrigiendo a
medida que se
imponga la
evidencia de que
vivimos más y
mejor y más
sabios. Para
empezar, no
pregunte ni diga
la edad.
Si me la
pregunta el
médico...
Tampoco necesita
saberla en
realidad: su
cuerpo explica a
un buen médico
todo lo que debe
saber. La edad
es sólo una
cifra.
Y luego está
el DNI y los
carnets...
Los funcionarios
y el Estado nos
segregan para
controlarnos
mejor, pero el
segregacionismo
de edad es el
más estúpido
porque quien
discrimina de
joven será
discriminado de
viejo.
¿Vivir muchos
años para
vivirlos mal?
¡Falso!
Dirijo un
estudio con 850
ingleses de más
de 85 años y la
mayoría dice
vivir ahora más
feliz que los
anteriores. A
algunos he
tenido que
pedirles cita
con dos meses de
antelación
porque tenían
las agendas a
tope. El
pesimismo
respecto a la
vejez es fruto
del error de
creer que
tenemos un tope
biológico
cuando, en
realidad, el
límite de
nuestra vida lo
ponemos
nosotros.
¿La fe alarga
la existencia?
La fe en uno
mismo, desde
luego.
¿La religión?
Proporciona un
confort que los
no creyentes
pueden obtener
de otros modos.
¿Algún otro
factor de
longevidad?
Socializar:
conocer gente y
mantener lazos
con los
conocidos es una
gran fuente de
ilusión. Pero -
el ser humano es
el más diverso
de los seres-
también hay
quien encuentra
en la soledad la
compañía que
necesita.
¿Por qué los
hombres vivimos
menos? Las
hormonas
masculinas nos
hacen más
propensos a las
conductas de
riesgo y a
patologías
específicas.
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